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4.- RASGOS CULTURALES




COMERCIO

El comercio, estaba controlado por el Hombre verdadero y era ejercido por la casta hereditaria de los comerciantes, quienes crearon una gigantesca red mercantil. A través de ella se importaban mercancías de lujo procedentes de Teotihuacán y otros lugares de Mesoamérica (jade, sal, plumas de quetzal, etc.) y se exportaban piezas artesanales y productos locales (cacao, algodón, hule, etc.). Un factor que favoreció el crecimiento del comercio fue el complejo sistema hidrológico de las tierras centrales que proporcionaba a los mercaderes mayas vías de comunicación rápidas y cómodas.
El progresivo incremento de la actividad mercantil impulsó la aparición de un rudimentario sistema monetario centrado en el cacao, las cuentas de jade y, más tarde, en las hachuelas de cobre, procedentes, según se sabe, del territorio ecuatoriano.

SISTEMA NUMÉRICO


La numeración, consecuencia directa de la necesidad de contabilizar las observaciones astronómicas que regulaban el ciclo agrícola, era vigesimal e incluía el concepto de cero, ideado muchos siglos antes que apareciera en la numeración arábiga. Para representar los números utilizaban una combinación de puntos (igual a 1) y barras ( — igual a 5). En matemáticas dominaron la división de fracciones y los logaritmos.


Sobre esta base, los sacerdotes mayas elaboraron un complejo sistema para medir el tiempo que regía el destino de los hombres e incluso afectaba a los dioses.


OBSERVACIONES ASTRONÓMICAS


Los mayas eran astrónomos absolutamente realizados. Su principal interés, en contraste con los astrónomos "occidentales", era estudiar los movimientos del Sol sobre sus latitudes. Todos los años, el sol viaja a su punto del solsticio del verano, o a la latitud de 23-1/3 grados del norte.
La mayoría de las ciudades mayas estaban localizadas al sur de esta latitud, lo que significa que podrían observar el sol directamente por encima durante el tiempo que pasaba sobre su latitud. Esto sucedía dos veces al año, en tiempos iguales alrededor del día del solsticio.
Los mayas podían determinar fácilmente estas fechas, porque en el mediodía local, no había sombra. El calendario solar maya era más preciso que el que hoy utilizamos. Todas las ciudades del periodo clásico están orientadas respecto al movimiento de la bóveda celeste. Muchos edificios fueron construidos con el propósito de escenificar fenómenos celestes en la Tierra, como El Castillo de Chichén Itzá, donde se observa el descenso de Kukulkán, serpiente formada por las sombras que se crean en los vértices del edificio durante los solsticios. Las cuatro escaleras del edificio suman 365 peldaños, los días del año. En el Códice Dresde y en numerosas estelas se encuentran los cálculos de los ciclos lunar, solar, venusiano y las tablas de periodicidad de los eclipses.
Entre los mayas, la cronología se determinaba mediante un complejo sistema calendárico. El año comenzaba cuando el Sol cruzaba el cenit el 16 de julio y tenía 365 días; 364 de ellos estaban agrupados en 28 semanas de 13 días cada una, y el año nuevo comenzaba el día 365. Además, 360 días del año se repartían en 18 meses de 20 días cada uno. Las semanas y los meses transcurrían de forma secuencial e independiente entre sí. Sin embargo, comenzaban siempre el mismo día, esto es, una vez cada 260 días, cifra múltiplo tanto de 13 (para la semana) como de 20 (para el mes). El calendario maya, aunque muy complejo, era el más exacto de los conocidos hasta la aparición del calendario gregoriano en el siglo XVI.
HERBOLARIA




Las propiedades alegraba el corazón- , los “remojos de huayacán”, las “conservas de sabacnité”, los “cocidos de xaxniyin”, para “apretar” los dientes; los “emplastos de cilantro”, para los fuegos de San Antón; los “preparados de perejil”, para desopilar el hígado; las “aplicaciones de miyo” , para los “torsijones” del vientre; los “exprimidos de coco”, para engendrar buenos humores; las “solutivas de cañafistola”, para clarificar la sangre, refrenar la cólera y purgar los humores coléricos y flemáticos; las legendarias “infusiones de rábano”, para la tos antigua y los males de la garganta, aunque también restituía el pelo que tiraba la tiña y , se decía, quitaba las pecas de la cara . En siglos pasados el cabalhau, o “hierba santa”, era muy socorrido para los dolores y las llagas; y más se puede decir del chioplé, que es una suerte de trébol, y se creía muy efectivo para los dolores de cabeza; también se usaba con frecuencia la chacalakak para el “mal de ojos” y la eliminación de los piojos, el cabalbuc para las llagas viejas y la sarna, los polvos de la raíz del guayo para curar los apostemas , el kuutz, que es el tabaco, para la “apoplejía pituitosa”, para limpiar los dientes y afirmar las encías flojas.